Birdman,
Boyhood y Gran Hotel Budapest (estricto orden alfabético) podrían haber
superado sin problemas a las ganadoras de las dos ediciones pasadas del Óscar: 12
Años esclavo (2014) y Argo (2013) o bien a las ganadoras de años menos
afortunados como el 2009 en el que ganó Zona de miedo (The Hurt Locker).
En la lotería
de la creación les tocó estar juntas a estas tres películas. Es un buen año
para los Óscares y un año difícil para los pronósticos.
Es un año de
propuestas, de tres películas de autor, por lo que prefiero enfocarme a la
disputa por el Óscar para el mejor director. En la terna identifico tres
tendencias: La consolidación, la reinvención y la innovación.
La
consolidación de Wes Anderson, que con Gran Hotel Budapest logró hacer eco en
el gran público, sobrevivió el largo periodo de espera al ser estrenada en el
primer semestre del 2014, pero sobretodo, es fiel a su estilismo simétrico,
actuaciones guiadas por acentos físicos, una deliciosa dirección de arte y un
ritmo más parecido al de una sinfonía que al de una película, variando del
Adagio lento y majestuoso, al vigoroso Allegro.
Supera el prejuicio de director marginal y de películas estrafalarias,
ganado al pulso con sus creaciones en “The Royals Tenenbaums” (2001) ó La vida
acuática de Steve Zissou (2004). Tal vez el Óscar no era su mayor interés, pues
su película era favorita para ganar el Oso de oro de Berlín que perdió
cerradamente ante la película china “Black Coal”. Tuvo que conformarse con el
Oso de bronce que otorga el gran premio del jurado. Grand Hotel Budapest, disputará
orgullosa el galardón.
La reinvención
es de Alejandro González Iñárritu, quien se aleja del tono sórdido, melancólico
y rugoso de su anteriores cintas (Biutiful, Babel, 21 gramos) para reinventarse
en la comedia, la reflexión y el gozo puro de la actuación con “Birdman”. La desfachatez
para sembrar hechos “sin sentido” en la
puesta en escena – ese baterista presente en la calle y camerinos- hasta los
guiños fellinescos –cortesía de la banda universitaria y botargas de
superhéroes en el escenario- hasta la sana ruptura de la cuarta pared, muy a lo
“House of cards”, cuando nos hace cómplices del debate. Claramente influenciado
por Alfonso Cuarón echa mano del plano
secuencia y se hace servir con maestría del inquieto ojo del fotógrafo
Lubezski. Para algún sector de la crítica norteamericana, la cinta fue
sobrevalorada, pero sin duda alguna, es una propuesta que no puede pasar
indiferente.
La innovación
es de Richard Linklater, pues Boyhood es primero que nada una gran, pero gran
idea y sobre todo, una idea extremadamente difícil de realizar. Al igual que
Gran Hotel Budapest, participó en el festival del Berlín en el que obtuvo el
Oso de plata por la mejor dirección. El resultado es un cinta de una sinceridad
transparente: No hace falta una dirección de arte que nos lleve al año 2002,
pues estamos viendo auténticamente todo lo que se viste, escucha y baila en el
año 2002. Pero sobre todo logra una cinta que sin recurrir a giros y
aspavientos logra retratar una vida cotidiana entrañable. Y creo que esta
última palabra es la que describe mejor esta película y que sobretodo para el
público y miembros de la academia tendrá un efecto definitivo: Boyhood es
entrañable sobre todo para el ciudadano norteamericano, revive sus referencias
en tendencias de lectura y moda; sus momentos de esperanza política, sus
encuentros con los nuevos veteranos de guerra; su camino en ese american way
pavimentado para rodar su vida.
Por esto último
creo que Boyhood lleva ventaja en la disputa, que este año cuenta con una terna
para el mejor director que luce extraordinaria.